El signo lingüístico

Un signo es "todo hecho físico perceptible que informa de algo que no es él". Podemos distinguir dos tipos de signo: el índice o indicio si es natural y la señal, que es un "hecho producido artificialmente para servir de índice". El signo lingüístico es, por tanto, un tipo de señal que, además, es arbitraria y se define por su integración en un sistema de signos más amplio.

El signo lingüístico permite ampliar la capacidad comunicativa al poder comunicar no sólo estados de cosas o entidades reales y accesibles en el momento presente sino también distantes, pasadas, futuras o imaginadas (rasgo de desplazamiento del lenguaje en Hockett, 1960). El signo es el vínculo entre dos representaciones o huellas psíquicas: el significado y significante (Saussure), que son las dos partes indivisibles del signo y se requieren mutuamente. Siendo pues estos dos términos hechos mentales, cuando queremos referirnos a las entidades del mundo que los suscitan utilizamos el término referente u objeto.


El signo es en origen arbitrario (rasgo de la arbitrariedad del lenguaje): empieza en un contexto social donde los individuos comparten una similar representación derivada de experimentar una misma situación y, además, esto coincide con la emisión de una sucesión de sonidos por parte de un participante. Sin embargo esto no es suficiente: para considerarse un signo no basta con una coincidencia eventual entre la situación y los sonidos emitidos, sino que deben asociarse de manera más estable.

Esta estabilidad (rasgo de semanticidad del lenguaje) se debe a una retroalimentación positiva. Donald Davidson plantea que cuando la articulación de una sucesión arbitraria de sonidos produjo un primer éxito comunicativo, en la próxima interacción la idea de reusar tal expresión generó la expectativa de un nuevo éxito comunicativo: al resultar en efecto así, tal asociación se asentó como hábito. Para Davidson la comunicación es el lugar originario de todo el orden semántico por lo que el significado de una expresión no preexiste ni subsiste a ella. No es desde luego consecuencia de ninguna convención establecida tácitamente: todas las regularidades codificadas en diccionarios y gramáticas (a veces denominadas “normas” con clara vocación prescriptiva) son descubiertas a posteriori y son el resultado de la economía y regularidad de los procesos cognitivos así como de los hábitos sociales.

Ahora bien, el signo no es totalmente estable en el tiempo y sus componentes, el significante y significado, pueden experimentar cambios junta o separadamente. La evolución de las lenguas está dirigida desde el punto de vista formal, del significante, por procesos regulares de cambio fonético, derivación o contacto entre lenguas; desde el punto de vista del significado por fenómenos cognitivos tan importantes como la metonimia, metáfora y la gramaticalización (para más información léase la creación léxica).

“Cuando consideramos las lenguas como sistemas estables estamos manejando, en realidad, una idealización conveniente que nos permite centrar la atención en los aspectos estructurales y constitutivos.” (Escandell Vidal, 2008)

Conforme la lengua evoluciona desde un estadio de protolengua conviene precisar la cuestión de la arbitrariedad del signo. Si bien la arbitrariedad es cierta para el conjunto irreductible de raíces de la lengua, las demás, que surgen de procesos derivativos, claramente están motivadas por las relaciones formales y de significado con sus bases. No obstante esta precisión, sigue sin poder hallarse una justificación externa al sistema (no relacional) sobre la forma del signo.


En lo que se refiere a la transmisión de la lengua (rasgo de transmisión cultural): cuando esta asociación se establece, es aprendida por otros por mediación de la realidad puesto que en ella conviven y abundan tanto objetos no lingüísticos como objetos lingüísticos.

En el mundo abundan objetos lingüísticosvídeo de Studios Mack

Es fácil no reconocer, debido a la evanescencia del habla (rasgo de transitoriedad del lenguaje), que nuestras expresiones orales son también objetos del mundo físico. Esta noción de objeto lingüístico fue descuidada por autores como Ogden y Richards y Ullmann; sin embargo aparece con el nombre de sustancia fónica en la obra Prolegómenos a una teoría del lenguaje de Louis Hjelmslev e incorporada posteriormente por Heger en su trapecio semiótico (Heger K., 1974).

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Figura 1: adaptación inspirada en el trapecio semiótico de Heger. Muestra la relación de coincidencia en la realidad entre objetos, la causal con las representaciones y la posterior vinculación del sistema lingüístico y cognitivo.elaboración propia

La presencia de cada objeto suscita su propia representación en el cerebro y a fuerza de exponerse a objetos similares se van abstrayendo sus rasgos y escogiendo algunos comunes que definen una clase. En el caso del objeto no lingüístico definen un concepto y en el caso del objeto lingüístico (rasgo del carácter discreto del lenguaje) definen un morfema.

El lenguaje posee dos niveles de articulación (rasgo de la dualidad de estructuración del lenguaje): segunda y primera articulación. Esta estructura dual del lenguaje es necesaria pues carecemos de suficientes sonidos distintivos como para expresar todas las unidades de la lengua (que son del orden de decenas o cientos de miles), y por ello se realiza la combinación de un repertorio pequeño de unidades sin significado (fonemas) resultando en unidades con significado (morfemas). Por tanto, para obtener el morfema es necesario abstraer en dos pasos: primeramente, en la segunda articulación del lenguaje, la sustancia fónica es discretizada y abstraída en una representación fonológica: su unidad es el fonema, que es una clase de sonidos. A continuación, en la primera articulación del lenguaje, los fonemas se hacen corresponder (son agrupados o bien segmentados si son morfemas de amalgama por fundir categorías gramaticales) con morfemas, que ya sí son, a diferencia de los fonemas, las unidades mínimas de significado.

Cuando en la realidad coinciden estos dos tipos de objetos (por ejemplo la visión de un tenedor y el objeto fónico tenedor pronunciado por alguien cercano) cada objeto activa su propia representación: morfema y concepto. Y ocurre que cuando en el cerebro se activan a la vez distintas redes neuronales (de manera reiterada o no, véase la discusión sobre la pobreza del estímulo en la teoría generativa) se establece una conexión entre ellas: en este momento se produce la vinculación del sistema conceptual y el lingüístico (Figura 1). Es por ello que podemos pasar de un enfoque denotacional o extensional del significado centrado en el referente externo a uno representacional o intensional una vez que han sido interiorizados parte de los estímulos externos y se ha generado un modelo del mundo físico en el cerebro.